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Villa JUANICÓ (Canelones - Uruguay)

"Entre peras y manzanas, surge la guayaba"

"Entre peras y manzanas, surge la guayaba"

    Ricardo Masculiatte tiene 53 años y nunca vivió ni trabajó en otro lado que no fuera el predio de ocho hectáreas que se encuentra sobre el camino del Gigante, muy cerca de su intersección con camino Folle, en Juanicó, Canelones. Allí comenzó como quintero su abuelo, continuó su padre y hoy él es quien lleva adelante el emprendimiento, donde se producen frutas tradicionales en la granja uruguaya, como manzanas, peras, membrillos, ciruelas y algunas nectarinas, pero donde también está creciendo el área dedicada a un fruto nativo, la guayaba.


 Precisamente ese fruto (Acca selowiana) llevó a Masculiatte y a otros productores vecinos de su establecimiento a desarrollar, a mediados de la pasada década, un emprendimiento conjunto en procura de una alternativa productiva a lo que estaban acostumbrados a plantar. Para ello fueron financiados por el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) – Uruguay, que con participación de la Universidad de la República a través de la Facultad de Agronomía, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) y el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca logró que se prospectaran materiales genéticos y que estos se propagaran en base a una selección con potencial comercial entre los granjeros. El proyecto se denominó “Estudio de las frutas nativas como alternativa para productores familiares”.  

“Fue aquí en nuestro predio donde se creó un vivero con plantas que se trajeron de Salto, Tacuarembó, Treinta y Tres y Soriano por parte de Beatriz Vignale, de Agronomía, con la colaboración de Danilo Cabrera, del INIA, y siendo nuestro técnico de referencia Félix Fuster. También aquí recibimos la visita de un experto de Nueva Zelanda (Grant Thorpe, investigador del investigador del centro HortReserch), que nos hizo la historia de la llegada del guayabo a su país y cómo habían desarrollado su producción. Nos dio consejos muy útiles”, recordó Masculiatte, mientras mostraba algunas frutas recién cosechadas.

“Comenzamos todos aquí en la zona con mucho entusiasmo. Poco o nada sabíamos del guayabo, y si bien en los primeros tiempos hubo que pagar cierto derecho de piso, finalmente las plantas se consolidaron. Hoy somos muy pocos los que seguimos por aquí con ella, y el proyecto como tal, lamentablemente, dejó de funcionar. Como yo, algunos otros vecinos siguen produciendo, por lo que seguimos intercambiando experiencias”, dijo Masculiatte.

La Facultad de Agronomía y el INIA vienen trabajando desde el inicio del presente siglo en la investigación y recuperación de germoplasma de diferentes especies nativas (arazá, pitanga, ubajay, guabiyú y cereza del monte además del guayabo), y tanto Vignale como Cabrera continúan en contacto directo con Masculiatte para seguir la evolución de su plantación.

Una alternativa productiva

“El trabajo en la chacra es sacrificado. Lo viví con mi padre y con mi abuelo, y para salir un poco a flote luego de algunas malos momentos económicos, siempre estuve buscando alguna otra producción que saliera de lo tradicional, como para generar una fruta que se vendiera mejor en el mercado. Intentamos con un vecino meternos con el kiwi, pero los altos costos iniciales nos obligaron a desestimarlo. El guayabo siempre me pareció interesante, porque en la casa de mi suegra había un árbol y a toda la familia le encantaba el fruto. Pero no se conseguían plantas”, recordó.

Masculiatte contó que “un día Fuster y Cabrera llegaron con una planta que enviaba Vignale y me entusiasmé. Luego vino el proyecto y se generaron como mil plantas, que se distribuyeron entre una docena de vecinos. Con la financiación externa se hicieron invernáculos, se instaló riego y llegó el técnico de Nueva Zelanda a enseñarnos a unificar el tipo de fruta, porque para tener un buen resultado comercial se necesita uniformidad, que es lo que más costaba. Nosotros poníamos el trabajo y el seguimiento y control de las plantas”.

El guayabo uruguayo no tiene nada que ver con la fruta brasileña guayaba, salvo el nombre. Aquella es amarilla; ésta, verde. Masculiatte dice que “si bien tiene un gusto muy particular, como agridulce, cuenta con muy alto contenido de vitamina C –más que el kiwi-, alta presencia de yodo y también de potasio. A los 18 meses de ser plantados, los árboles ya estaban dando sus primeros frutos. Uno sabe que están maduros porque caen directamente del árbol solos o si uno sacude el tronco, porque no cambian de color”.

La cosecha se hace desde comienzos de marzo hasta fines de abril. “Estamos trabajando para cosecharla escalonada, como hacemos con las variedades de manzana, para tener frutos por más tiempo y hacer una mejor gestión de la cámara frigorífica que tenemos.

En su caso, Masculiatte la comercializa para una empresa de Maldonado que la utiliza para la elaboración de salsas, postres y vinagres, y también vende algunas planchas para ser distribuidas en supermercados de Montevideo.

Una fruta autóctona

El guayabo del país (Acca sellowiana) es una de las especies de nuestra flora nativa más conocida a nivel popular. 
Ha sido cultivado y apreciado por nuestros pobladores, principalmente en los siglos XIX y comienzos del XX. Es posible encontrar plantas centenarias que aún dan frutos en antiguos cascos de estancias y poblados del interior de Uruguay. 
A pesar de su historia, es un fruto poco conocido para la mayoría de los uruguayos, y son escasos los estudios y el conocimiento del cultivo de esta especie. 
Sin embargo sí es conocido y apreciado en países tan lejanos como Australia y Nueva Zelanda, Israel, Azerbaiján, Italia, Colombia y Estados Unidos, entre otros; donde se usa en postres, helados, gaseosas y bebidas como el vino de Feijoa (nombre con el que también se conoce al fruto del guayabo del país).
Se han encontrado plantas en estado silvestre en los departamentos de Cerro Largo, Lavalleja, Rivera, Tacuarembó y Treinta y Tres; en la transición de las quebradas características de esas regiones y las praderas serranas. 
Fuente: INIA en fichas temáticas para niños y jóvenes.

“La planta no necesita ningún tratamiento, ninguna aplicación, hay que controlar solo la mosca del Mediterráneo, lo que se hace con unas sencillas trampitas. Tampoco los pájaros la atacan”, explicó.

En su predio, la superficie plantada con guayabo es de un cuarto de hectárea. “Tengo diez filas de 60 metros, plantadas a una distancia 4,50 metros entre ellas. Da bastante trabajo cosecharla al piso. Pero hay maneras de mejorar, haciéndolo a través de mallas, con caída, y se levantan todas juntas. No se generan golpes porque el fruto cae en las redes y rueda”.

Las oportunidades tras la crisis

En el predio, Ricardo trabaja con un colaborador, que hace 26 años que está con él. A ellos se suma, eventualmente, algún otro trabajador en tiempo de zafra. Y la mujer de Ricardo, que si bien trabaja fuera del establecimiento, da una buena mano.

“Fueron tantas y tan profundas las crisis que atravesamos, que necesariamente mi esposa tuvo que buscar otro ingreso, yendo a trabajar a Montevideo (a 38 kilómetros de Juanicó). Y mis hijas estudiaron y hoy tienen su trabajo también fuera de la quinta, pero aún casadas ésta sigue siendo su casa y vienen todos los fines de semana para acá. Y hay algún hijo político al que la quinta le tira, y quiere venir a hacer algo, por ahora es sólo una amenaza y no se concreta”, contó riéndose, a la vez que se esperanza en que “en algún momento llegarán los nietos y ellos también se entusiasmarán con la quinta”.

Precisamente los momentos difíciles desde lo económico dejaron huellas profundas. Pero también generaron oportunidades para Masculiatte. 

“En estos últimos años hemos podido mejorar. En su momento nos reconvertimos y cambiamos el monte, por lo que hoy producimos varios tipos de manzana. Ese es nuestro fuerte, junto a los membrillos, que se los vendemos a una industria de Colonia desde hace 30 años. Hasta el 2002 vendíamos el grueso de la producción a un comisionista, pero por momentos como que teníamos que poner dinero para trabajar. Un amigo me instó a ir a vender directamente a Nueva Helvecia (Colonia) y de a poquito, en una Chevrolet vieja y un tráiler, empezamos a distribuir allá y fuimos generando una clientela importante. También es cierto que en los últimos años el precio de la fruta mejoró, hay más gente consumiendo y como que se acostumbró a pagar un precio más alto por ella, como reconociendo el trabajo que tiene el granjero”.

Al respecto, Masculiatte agregó que “muchas veces el consumidor piensa que cuando la fruta es cara el dinero se lo lleva todo el productor. Y no es así. Hay una cadena a veces muy larga, con puntos de venta que le ponen un margen del 60%. Entonces el que gana no es ni el consumidor ni el productor, sino algunos intermediarios que multiplican mi precio por 1,6. Y no me lo contaron: yo lo vi”, aseveró.

Hoy en día se muestra más satisfecho por lo que hace. “Este año pudimos armar nuestra propia cámara de frío, luego de estar 15 años alquilando espacio en una. Fue gracias a que ‘apretamos’ todo lo que pudimos de un crédito que vino de la Dirección General de la Granja por las pérdidas que tuvimos por granizo y por un crédito que nos dieron. Ahora podemos cosechar y guardar las frutas acá mismo. Fue todo un logro para nosotros”.

Autor: Javier Pastoriza

Fuente: FIDA - MERCOSUR - CLAEH 

Nota de redacción. Vimos con buenos ojos reproducir textualmente esta nota publicada en http://fidamercosur.org/site/index.php/historial-de-experiencias/422-uruguay-en-busca-de-los-frutos-nativos Por considerar un material de sumo interés local. 

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